En el año 653, el VIII Concilio de Toledo elogió a san Isidoro de Sevilla, al referirse a él como «el gran doctor de nuestro siglo, la gloria más reciente de la Iglesia católica, el último en el tiempo comparado con ellos, pero no el último comparado en la sabiduría y, aún más, el más docto de las últimas centurias, que ha de ser nombrado con toda reverencia». San Isidoro de Sevilla se erige en modelo para nuestra nueva Facultad de Teología, llamada siempre a asumir que su verdadero centro debe ser la contemplación y la introducción espiritual, intelectual y existencial en el corazón del Kerigma.
La nueva Facultad se acoge al patrocinio de san Isidoro de Sevilla, el doctor egregius, a quien pide que, del mismo modo que él mereció recibir de lo Alto la sabiduría del cielo, sea igualmente intercesor de sus proyectos y afanes ante el Trono de la Sabiduría.
El escudo es una actualización del anverso de una medalla pectoral encontrada en las cercanías de Itálica, y atribuida a un obispo del siglo VI. Reproduce un “crismón”, una cruz con las letras griegas alfa y omega (principio y fi n del alfabeto y signo de la soberanía divina sobre la historia) y sigma (Salvador).
Queda en él patente la tarea, de la nueva Facultad enmarcada en la exigencia de excelencia docente e investigadora, hasta llegar a ser un centro de difusión de una cultura cristianamente inspirada, con la que tejer además una trama viva de relaciones con otros centros y territorios. Se propicia, de esta manera, el estudio de una Teología «en salida», llamada a interrogarse sobre los problemas que repercuten en la humanidad actual y a ofrecer, en Cristo Salvador, alfa y omega de la historia y del tiempo, pistas de resolución apropiadas.
La creación de la nueva Facultad de Teología San Isidoro de Sevilla ha traído consigo numerosos retos para la institución, entre los que se podrían destacar: