En el centro de la última visión, en el encuentro con el misterio de la Santísima Trinidad, se distingue precisamente un Rostro humano, el de Cristo, el de la Palabra eterna hecha carne en el seno de María: «En la profunda y clara substancia/ de la alta luz se me aparecieron tres círculos / de tres colores y una dimensión […]. Aquel círculo, / que me parecía en ti como luz reflejada, / cuando con mis ojos la contemplé en torno, / dentro de mí, con su color mismo, / me pareció representada nuestra efigie» (Dante, Divina Comedia, Paraíso, XXXIII). Solo en la visio Dei se sacia el deseo del hombre y su fatigoso camino termina completamente: «mi mente iluminada / por un fulgor que satisfizo su deseo. / A la alta fantasía le faltaron aquí las fuerzas» (Ibid.).
Papa Francisco,
Carta apostólica Candor Lucis Aeternae (2021), 6.
